lunes, 2 de febrero de 2009

El aborto: abrirse a la posibilidad de dialogar

Con el transcurso de los años hemos visto la transición social en los chilenos. Antes hablar de divorcio era inimaginable, y se debía recurrir a la farsa de la “anulación”, para significar una relación que no funciona – como muchas otras – en algo que no existió. Algo muy parecido a negar la realidad, situación que contó con el apoyo férreo de un grupo de personas con poder (político, económico, comunicacional) para impedir que la opción del divorcio existiera y fuera una posibilidad de zanjar y resolver dificultades concretas. Anular el matrimonio, tampoco ayudaba mucho al proceso de la reparación y duelo personal: si esta unión no existió, entonces ¿Qué son los hijos, la casa, los muebles, los proyectos y los sueños que tuvimos en común?

Lo mismo sucede con el tema del aborto que sin duda es un tema controversial en el país, y que lo es porque las posibilidades del debate y la reflexión aún están limitadas, no sólo entre nuestros legisladores, sino en muchos espacios de convivencia social, donde habitan en el imaginario de las personas un sin número de mitos asociados al tema, y muchas veces actitudes de gran intolerancia.

Cuando hablamos del aborto, o el tema se pone en la mesa de discusión, observo que existen dos respuestas frecuentes: una negación absoluta a la posibilidad del aborto por personas vinculadas a un tipo de religión cristiana (más fundamentalistas), y otra opinión vaga más que nada por la desinformación existente. Ambos sólo flexibilizan sus posturas en el caso excepcional del aborto terapéutico – con un montón de condiciones de por medio. Pero de la decisión unilateral de la mujer por optar a No ser madre, provoca reacciones alérgicas graves.

Como sabemos, el aborto en Chile está prohibido en todas sus formas, pero por eso no necesariamente se dejan de realizar abortos, y en condiciones irregulares.


Muchos actores sociales además desconocen que existe una Fundamentación Jurídica Internacional con respecto a Los Derechos Sexuales y Reproductivos, los cuales son definidos “como derechos y libertades fundamentales que corresponden a todas las personas, sin discriminación, y que permiten adoptar libremente, sin ningún tipo de coacción o violencia, una amplia gama de decisiones sobre aspectos consustanciales a la vida humana como son la sexualidad y la reproducción. Estos derechos implican contar con información y acceso a los servicios y medios que se requieren para ejercer estas decisiones”. Aquí no hablamos de la posibilidad del “aborto terapéutico”, sino en la posibilidad de la mujer – sea cual sea su razón – a tener la posibilidad de interrumpir su embarazo.


En cuánto al aborto terapéutico, diversos eventos mundiales de organizaciones de médicos y de juristas han consensuado cinco condiciones para propiciarlo:

1. Que el feto sea inviable; por ejemplo, un feto anencefálico (sin cabeza).

2. Que haya riesgo cierto para la salud de la madre. Si se da la situación arriba mencionada y ésta, es casi obvio que hay que optar por la vida, en este caso la de la madre.

3. Que lo anterior sea certificado por tres especialistas. Dados los avances de la medicina, a los gineco-obstetras habría que agregarles un médico especializado en medicina fetal. Ello evitaría declarar inviable un feto cuyas malformaciones pueden ser corregidas por cirugía intrauterina.

4. Que exista consentimiento de la madre. Si se opone el padre, se aplica el principio de mayor derecho de la mujer.

5. Que nadie lucre por el procedimiento, ni el equipo médico ni el establecimiento donde se realiza. Ningún interés comercial puede contaminar la interrupción del embarazo con fines terapéuticos.

En nuestro país, sabemos, indiscriminadamente se ha establecido la prohibición de ambas, excluyendo a los ciudadanos la posibilidad de entablar un debate básico sobre legislar sobre ésta medida. Y eso es grave, y peligroso, porque entonces se entiende que son “otros” quienes deben decidir por nosotros; que son otros quienes “saben” lo que es bueno o malo para la mujer y el hombre, entonces entiendo que yo no soy capaz de reflexionar, dialogar y opinar, porque esa posibilidad me ha sido negada.

Ojo que no estoy planteando la liberación del aborto por que sí. Quiero ir más allá. Cualquiera que sea la opinión que tengamos sobre el tema, la idea es que mínimamente estemos informados a cabalidad de lo que se trata. Quedarnos con esta imagen de “asesinar a un hijo” que ciertas instituciones proyectan a diestra y siniestra por los medios de comunicación, me parece una lavado de cerebro barato. Entiendo cuando una mujer profundamente creyente se duele con la posibilidad de que la vida de un cigoto, embrión o feto sea interrumpida, porque cree firmemente en las palabras de su Dios, y porque cree que hay otras posibilidades de resolver la situación. Pero también entiendo a una mujer que quiere tomar la decisión del aborto, sin juzgar sus razones, porque ciertamente debiera ser un derecho el poder decidir sobre lo que pasa en nuestra vida y en nuestro cuerpo, como una decisión reflexionada e informada (y eso toca de refilón el tema de la eutanasia que aquí no abordaremos), y como dueños del libre albedrío que nos ha sido entregado


Decidir qué opción es válida o no, es una pregunta sin respuesta, porque ambas representan juicios de valores personales y profundos, y bien sabemos que estos son incuestionables. No hay criterios de homologación para esto, como podríamos hacerlo con una prueba de ciencia: esto es verdadero, o esto es falso. En este caso no funciona así. Por eso imponer unilateralmente la prohibición de la opción del aborto es un asunto delicado, porque entonces lo que se transmite es que los “valores” de otros están por encima de aquellos que piensan diferente.


Me gustaría apostar porque las puertas estuvieran abiertas a todas las posibilidades, previo proceso de información, acompañamiento, reflexión y regulación. Aquellos que están en contra, recurrirían a otras alternativas para enfrentar un embarazo no deseado (la adopción, la resignación, etc), y quienes estuvieran a favor podrían optar al aborto, y también está la posibilidad además de la adopción, o del cambio de parecer, por qué no. Transparentar los mecanismos es fundamental para terminar con desigualdades históricas entre mujeres que abortan y no (cuando quieren hacerlo) referido al tema económico. Terminar con el mercado negro del aborto no regulado, exponiendo a mujeres a enfermedades y muertes y al lucro indiscriminado. No seguir exponiendo a niños y niñas no “deseados” a experiencias de maltrato históricas, que corren el riesgo casi seguro de replicar su abandono y desamor.


El tema no está cerrado. Son muchos los caminos y alternativas de lo posible. La invitación es reflexionar y dialogar. Pero por sobre todo, a no hacer juicios de valor sobre la opinión del otro en un tema que nos interpela fundamentalmente a la comprensión.

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